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Joven y su dueña.  1670. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo sobre lienzo. 127,7x106,1 cm. National Gallery Washington.

Murillo representa un profundo cambio en el gusto de los clientes del arte en la España del siglo XVII. Tras la severidad de naturalistas como Zurbarán, Maíno, el joven Velázquez, etc., Murillo proporciona imágenes bellas, iluminadas con suaves tonos dorados y rostros gentiles. Es el caso de esta pintura, realizada con frescura e ingenuidad. Muestra un tema muy explotado en la pintura española, como es el de la maja asomada a la ventana y acompañada de una mujer mayor. En el caso de Goya serán con frecuencia Celestinas exhibiendo a sus pupilas. En el caso de Murillo, la joven parece una muchacha del pueblo, con grandes ojos llenos de confianza y alegría. La dueña parece divertida por lo que ve en la calle y se tapa el rostro para ocultar la risa. La composición del lienzo es muy acertada: se basa en un ángulo recto acodado en la esquina inferior izquierda del marco. El ángulo está subrayado arquitectónicamente por el alféizar y la contraventana de madera, y así como por los personajes, con la jovencita apoyada y la dueña que se asoma. De este modo, gran parte del cuadro queda absolutamente vacío y la mirada del espectador se ve atrapada por las dos simpáticas figuras femeninas, que destacan contra un fondo oscuro sin iluminación ni referencias espaciales.

Calle Barroso

Esta calle se llamó anteriormente Calle de la Pierna, nombre que según la tradición popular procede que una mujer a la cual su pierna se volvió piedra como consecuencia de la maldición lanzada por su padre, al echarla de casa. Esta y otras leyendas sobre esta calle fueron recogidas por Ramírez de Arellano, quién describe así la calle en Paseos por Córdoba:

«Desde la plazuela de San Juan arranca una calle que termina en la de Pedregosa. Llámase de la Pierna por una de piedra caliza que está colocada en un nicho en la fachada de la casa número 4; es resto de una antigua estatua romana encontrada al abrir unos cimientos, y que el dueño de aquélla, viendo ser una curiosidad, la colocó en aquel sitio. Ésta es la verdad por más que el vulgo le ha inventado varias historias que tradicionalmente ha llegado a nosotros: pero el nombre de calle de la Pierna no lo llevó en lo antiguo más que hasta la esquina para volver a Jesús Crucificado. Este sitio, más ancho, se ha llamado plazuela del Hospital de San Jacinto, y después de la Tercia, por las razones que iremos anotando, y también se ha llamado de los Velascos, por la casa de estos señores. Desde este punto le decían calle de San Juan, por estar allí una de las puertas de la parroquia.»

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