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Niño asomándose a la ventana - Bartolomé Esteban Murillo - 1675 - Óleo sobre lienzo - 52x39 cm - National Gallery , Londres.

Las escenas de género protagonizadas por niños pintadas por Murillo tienen la alegría y la gracia como principal protagonista, siendo esta obra el paradigma de esa alegría. El pequeño que se apoya en una ventana parece dirigir su mirada hacia alguien que le hace esbozar esa luminosa sonrisa, destacando la expresividad en el gesto del muchacho. La figura se recorta sobre un fondo neutro y en penumbra, bañando una luz dorada todo el personaje. Murillo emplea una pincelada rápida y suelta, repleta de viveza, con la que el niño adquiere un aspecto abocetado a pesar de tratarse de una obra finalizada. La sensación de atmósfera que se crea dota de mayor espontaneidad a la imagen, al igual que el empleo del color armonioso. La similitud con los trabajos de la última etapa velazqueña resulta significativa.

Calle Mucho Trigo

En el entorno de la Ribera un buen puñado de calles tienen nombres singulares, como Bataneros, Lineros, Tundidores, Espartería, Alfayatas (sastras), Cedaceros, Mucho Trigo... Todas ellas tienen algo en común: son oficios relacionados con la actividad económica que antaño generaron en Córdoba los molinos del río Guadalquivir, bien para la producción textil, que tuvo su máxima expresión en las telas y brocados cordobeses de la Edad Media; o para la producción de harina de trigo, hasta fechas mucho más recientes.
En su día llegó a haber hasta once molinos en el cauce del Guadalquivir a su paso por Córdoba, pero las crecidas, la propia fuerza del agua, las inclemencias del tiempo y, sobre todo, el abandono, han hecho que ya sólo asomen seis de ellos. Son los de Martos, San Antonio, Alegría, Albolafia, Pápalo Tierno y de Enmedio; de ellos, sólo los tres primeros son visitables -el de la Alegría está en el interior del Jardín Botánico-.
Como atractivo turístico, la ruta de los molinos del río es posiblemente una de las grandes desconocidas, y eso que los pocos que se pueden visitar tienen un atractivo innegable. El mejor conservado es el primero aguas arriba, el de Martos, que hasta los años 90 estuvo abandonado y sirvió como hogar de vagabundos y peores cosas. Pero tras una profunda restauración, hoy alberga un sencillo pero interesante Museo del Agua y conserva las salas de molienda como en los siglos XVII-XVIII.
El molino de Martos, una aceña medieval, ya estaba ahí cuando se produjo la reconquista de Córdoba, en 1236. Desde entonces sirvió durante toda la Edad Media como molino textil, con ruedas verticales que hacían girar los batanes para tratar las telas. Con el paso de los siglos sufrió numerosas modificaciones, como la introducción de ruedas horizontales que hacían girar las piedras de molino -hasta 10 llegó a tener- que aún hoy pueden verse en el interior de una espectacular sala.
Muy probablemente, el aspecto actual del molino de Martos es el mismo que debió tener en el siglo XVIII, con varias plantas, canales y una zona inundable de la que da fe una placa que recuerda la última crecida del río en 2010; el agua casi llegó a la planta donde se ubica el museo, a ras del paseo de la Ribera.

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