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Mujer espulgando a un niño - 1660- 1670 Óleo sobre lienzo  147x113 - Bayerisches Nationalmuseum (Munich)

Las escenas costumbristas serán una de las especialidades de Murillo, existiendo una amplia demanda de estos temas, especialmente entre los comerciantes y banqueros flamencos que habitaban en Sevilla. En la década de 1660 pintaría esta Anciana espulgando a un niño, también llamada Abuela espulgando a su nieto. La composición se desarrolla en un interior, recortándose las figuras sobre un fondo neutro al estar iluminadas por un potente foco de luz que entra por la ventana. El pequeño tumbado sobre el suelo come pan y acaricia al perrillo mientras que la mujer procede a quitarle las pulgas o los piojos de la cabeza. La anciana concentra toda la atención en su tarea y ha abandonado sus útiles de hilado que aparecen sobre la banqueta de la derecha. Al fondo podemos contemplar una mesa con una jarra y un cántaro, lo que nos indica que se trata de una familia con escasos recursos económicos pero que sobrevive humildemente. Este detalle también se puede apreciar en sus vestidos ya que no observamos jirones como en otras escenas -véase los Niños jugando a los dados-. El naturalismo con el que trata Murillo la escena se aleja del empleado por Zurbarán años atrás, lo que indica la evolución de su pintura hacia un estilo muy personal, caracterizado por las atmósferas.

Calle Mucho Trigo 

En el entorno de la Ribera un buen puñado de calles tienen nombres singulares, como Bataneros, Lineros, Tundidores, Espartería, Alfayatas (sastras), Cedaceros, Mucho Trigo... Todas ellas tienen algo en común: son oficios relacionados con la actividad económica que antaño generaron en Córdoba los molinos del río Guadalquivir, bien para la producción textil, que tuvo su máxima expresión en las telas y brocados cordobeses de la Edad Media; o para la producción de harina de trigo, hasta fechas mucho más recientes.
En su día llegó a haber hasta once molinos en el cauce del Guadalquivir a su paso por Córdoba, pero las crecidas, la propia fuerza del agua, las inclemencias del tiempo y, sobre todo, el abandono, han hecho que ya sólo asomen seis de ellos. Son los de Martos, San Antonio, Alegría, Albolafia, Pápalo Tierno y de Enmedio; de ellos, sólo los tres primeros son visitables -el de la Alegría está en el interior del Jardín Botánico-.
Como atractivo turístico, la ruta de los molinos del río es posiblemente una de las grandes desconocidas, y eso que los pocos que se pueden visitar tienen un atractivo innegable. El mejor conservado es el primero aguas arriba, el de Martos, que hasta los años 90 estuvo abandonado y sirvió como hogar de vagabundos y peores cosas. Pero tras una profunda restauración, hoy alberga un sencillo pero interesante Museo del Agua y conserva las salas de molienda como en los siglos XVII-XVIII.
El molino de Martos, una aceña medieval, ya estaba ahí cuando se produjo la reconquista de Córdoba, en 1236. Desde entonces sirvió durante toda la Edad Media como molino textil, con ruedas verticales que hacían girar los batanes para tratar las telas. Con el paso de los siglos sufrió numerosas modificaciones, como la introducción de ruedas horizontales que hacían girar las piedras de molino -hasta 10 llegó a tener- que aún hoy pueden verse en el interior de una espectacular sala.
Muy probablemente, el aspecto actual del molino de Martos es el mismo que debió tener en el siglo XVIII, con varias plantas, canales y una zona inundable de la que da fe una placa que recuerda la última crecida del río en 2010; el agua casi llegó a la planta donde se ubica el museo, a ras del paseo de la Ribera.

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